Por Claudia Castro, Departamento Comunicacional.
El 5 de marzo de 1929, aviadores militares, comandados por el director de la Escuela de Aeronáutica Militar de la época, el entonces Comandante Arturo Merino Benítez, estuvieron resueltos en dar conectividad a todo el territorio nacional, impulsando conjuntamente el Servicio Aeropostal que marcó los inicios también de la futura Línea Aérea Nacional, permitiendo el transporte de pasajeros y de carga a lo largo de Chile. Fueron pasos heroicos que pusieron a prueba el temple de esa pléyade de hombres valientes.
Varios de estos jóvenes pilotos perdieron la vida o sufrieron accidentes tratando de alcanzar el sueño alado de unir el país desde el desierto a la zona austral y entregar a todos los chilenos los beneficios de “los caminos del aire”.
El primer derrotero fue la ruta Santiago, Arica-Tacna, donde el viaje por tren, que llegaba sólo hasta Iquique, demoraba más de tres días. El avión comenzaría a acortar en forma significativa esas distancias.
Hicieron 36 vuelos previos de reconocimiento y preparación de canchas de aterrizaje, y el 5 de marzo de 1929, con la presencia del Presidente de la República Carlos Ibáñez del Campo, los jóvenes aviadores iniciaron, en aviones De Havilland Cirrus Moth, los vuelos sobre el desierto, con postas en Ovalle, Copiapó, Antofagasta, Iquique y Arica, desafiando la todavía incipiente infraestructura aérea y de apoyo terrestre.
Fueron en principio diez los Oficiales pilotos nombrados por Merino Benítez que se hacen cargo de tan arduo recorrido: Osvaldo Acuña, Carlos Baldeig Alarcón, Roberto Costabal García Huidobro, Ramón Lisboa Mendiluce, Armando Rivera Fuentes, Jorge Bate Potes, Rolando Sepúlveda Riveros, Arturo Meneses Kinsley, Emilio Larraín Ortúzar y Julio Fuente Alba Bonniard.
“A doce días de iniciados los servicios, el avión del Teniente Julio Fuente Alba que volaba entre Copiapó y Antofagasta es derribado por la fuerte turbulencia. Los restos son encontrados días después cerca de la estación Varillas, al sureste de Antofagasta. Su mecánico Alberto Rebolledo, con varias fracturas se arrastra por la pampa y consigue llegar hasta el tendido telegráfico, logrando cortar el cable para dar la señal de la tragedia. Los guarda-líneas lo encontraron moribundo tras sobrevivir cuatro frías noches, cinco días de quemante sol y torturante sed”, relata el ex piloto e historiador Alfonso Cuadrado Merino.
En los funerales de Fuente Alba, el Comodoro Merino Benítez pronuncia su emocionado y visionario discurso: “Mañana cuando sean realidad cotidiana los viajes aéreos, a lo largo de la República, los que recorran seguros en aviones confortables, mirando desde lo alto el agrio y desolado desierto, la intrincada maraña de sus cerros, tal vez no recordarán cómo se ganó eso, a costas de qué esfuerzos, de qué abnegados sacrificios de unos muchachos valerosos que quisieron vencer las dificultades, los peligros y la muerte”.